martes, 27 de enero de 2015

Abocardados en Calblanque















Podría ser el título de una película de Hitchcock, podría ser un poema de Lorca, podría ser una pintura de Gaudi, podría ser que se te va la olla.

Cuando uno aporrea el teclado, días después, piensa en lo que hizo, por donde paso, el sendero que trazo su lefty, la pisada de mi pie al pateo demoledor subiendo, la arena entre mezclada con la brisa de un mar de invierno, de un paisaje abrupto, de acantilados, cenizas y águilas.

















Ángel, pobre incauto, me ofreció su casa, yo le propuse una rutita, que no nos dejo indiferentes, recorriendo calas, bosques mediterraneos y cañones de otra época, donde mas allá que el tiempo decida detenerse, cual poema romántico,  nuestros ojos se inunden de un sol murciano anaranjado, jamas mis letras podrán expresar tal emoción.























Quizás, solo quizás, apreciamos estos viajes, de desconexión, cuando todo lo que te rodea, cuando ves a gente que aprecias, sufrir en su día, pasarlo mal por lo que sea, es cuando analizamos, que somos polvo y en una puta roca caliza nos convertiremos, o ya puestos, en la Mar!, esa que golpea sin cesar la arena y que ruge en mis oídos cansados al devenir de la vida.






















Tanta trascendencia sin contar lo que vivimos en bici, que al fin y al cabo es de que lo que se trata en este rincón ¿o no? ... La primera parte, subir al Monte Cenizas, calzada Romana desde La Unión, pueblo de minería ausente, nos puso ya finos, arriba fotos de rigor, bajando, senderos de traición, hoyos, arboles cruzados y una falta de practica en este tipo de terreno, que me hizo sentir nulo, Ángel como si nada, disfrutaba cual pájaro.















Pronto comenzamos en Calblanque a sufrir los senderos de piedra, las bajadas imposibles, las calas de ensueño y las ramblas destroza cubiertas, varios pinchazos, pateos por las playas y afrontamos el pasamanos en un acantilado que te quería atrapar, un color verde esmeralda del mar, un azul cielo precioso.

















Tras pateos varios, nos zampamos un bocata cerca de Cabo de Palos, pensábamos que casi todo lo duro estaba ya hecho, jojo!! nos quedaban unas cuantas subidas duras, por bosques donde apenas se apreciaba el sentido del track en mi gps, donde Ángel subía cual gacela y yo penaba como cochino jabalí.















Ya casi a las 18.00 con un bajadote guapo a La Unión, nos plantamos con 62kms y 1.400m subiendo y bajando, sin parar, rompe piernas, una ruta eterna en la bici, inmensa en el alma.
































Como no hay ruta que sin cena se asiente, en los Calderos de Julia degustamos un caldero de Arroz, regado con buen beber y postre exquisito, nos hizo acostarnos sonrientes, aun cansados.


















Un viaje que se fue, otros que vendrán, los problemas seguirán a la vuelta, abocardados y enrevesados en mi cabeza, pero sin duda, durante un momento, un tiempo corto, nos envolvimos en nuestra cápsula, esa que nos hace disfrutar de lo que nos gusta, la bici en todo su esplendor.